I love NY - Extraño amorSábado a la noche. Entre los rascacielos disfrazados de obra de arte, se ve una luna llena, intentando competir con las luces de esta ciudad que nunca duerme.
Estoy por 48 horas en la capital del mundo, la única, la tan diferente y tan similar a otras ciudades, donde podés sentirte en cualquier ciudad de Sudamérica por momentos, o de Europa de un segundo a otro, y caminando dos cuadras más en medio de cualquier lugar de Asia.
New York tiene ese eclecticismo contradictorio que por momentos te da vértigo.
No puedo dejar de sentirme una persona ajena totalmente a ese lugar, pero sin dejar de sentir que pertenezco a él y que siempre estuve ahí. Estar 5 minutos en el Time Square y ver los miles de Watts de esos carteles que lo iluminan y no dejan que sea noche nunca, al mismo tiempo escuchando no menos de 20 idiomas simultáneamente de tantos turistas que, como yo, no pueden creer lo que ven en esas pantallas gigantes disfrazadas de publicidades móviles.
Me sorprende la tolerancia y la diversidad que veo, que no vi nunca antes en el mundo. Grupos de amigos en los que veo asiáticos, latinos, hombres, mujeres, rubios, morenos, pelirrojos. En el medio de un tumulto de gente en Broadway, un chico negro besando a una rubia mucho más alta que él. No puedo evitar la tentación de sacarles una foto, ya que me parece una propaganda de Benetton.
Es como estar permanentemente adentro de una película. Recordás cada esquina como si hubieses estado ahí, recordás lo que pasaba sin recordar en donde viste esa escena. No puedo dejar de entrar a FAO Schwarz y tocar el piano con los pies como lo hizo Tom Hanks en esa juguetería, o dejar de visitar esos barrios tan personales como Soho, Chinatown, o Little Italy, o los comercios top como los de la Quinta Avenida a la altura del Central Park, o caminar las callecitas de Wall Street y ver a esos tipos corriendo como desesperados, probablemente deseando que una pequeña alza les permita recuperar lo que perdieron (e hicieron perder) el año pasado. Tenía la necesidad de pasar por el Dakota y sacarle, no sé por qué, una foto a ese piso que vió por última vez mi ídolo John Lennon cuando un tipo decidió que debía dejar de vivir.
Miro a los que mantienen la ciudad y recuerdo que fueron héroes por un día, como los bomberos, policías, médicos y enfermeros. Los basureros, que por las noches limpian las toneladas de deshechos que deja esta maquinaria de consumo. A pesar de las diferencias sociales, todos conviven pacíficamente para cumplir su sueño personal, algunos ser más ricos aún, otros ser reconocidos, otros poder regresar algún día a su país de origen sin tener que sufrir escasez de ningún tipo.
Finalmente y como despedida, un dominicano fanático de Maradona me convence que no puedo dejar de dar un paseo en helicóptero sobre Manhattan. Que sólo por ser yo (¿?) me lo iba a dejar en 100 dólares. Veo el sol ponerse como una pelota roja en la línea del horizonte y guardo esa imagen para siempre dentro de mí.
Nunca creí que una ciudad de Estados Unidos me iba a atrapar de la forma que lo hizo NYC, una ciudad que por suerte no se parece a ninguna otra de las que estuve en ese país. Nunca creí que a esta edad iba a volver a quedar flechado de amor a primera vista.